Nueve de la mañana del viernes 10 de febrero de 2012, salgo
del aeropuerto, confiado y pensando: “No hay problema, hablan español, me puedo
entender con todo el mundo”. Una tranquilidad que se desvanecería al instante, pues mi primer contacto con Costa Rica, Ronny,
me dice alguna cosa en un idioma que parece español pero que no entiendo de
nada, a la vez que me da un apretón de manos que parece que quiera convertir mi
mano en olla de carne. Después de mi primer susto, realizamos un viaje en taxi hasta la casa donde voy a
pasar los primeros días, Ronny y el taxista siguen hablando ese idioma extraño
que me resulta familiar pero del que no entiendo ni palabra. Después de
acomodarme, vamos con Ronny a la U y ahí, conozco una parte más dulce del país:
Mari y sus compañeras infatigables en la lucha contra la degradación del Pirro,
que son las encargadas de invitarme al que sería el primero de un sinfín de
casados, o lo que es lo mismo: arroz, frijoles, ensalada y otras chunches
varias.